lunes, 29 de diciembre de 2014

Crisis, salud mental y renta básica (y 3)

20  de febrero de 2012.



Continuamos con el artículo de Sergi Raventós sobre Crisis, salud mental y renta básica, en el libro La Renta Básica en la era de las grandes desigualades.

3. ¿Qué grupos sociales presentan peores indicadores de salud?

Representación de la relación entre gradiente social y salud. Fuente: ilustración del documento “Reducing heath inequity through a national plan of action”. Tone P. Torgersen, Norwegian Directorate of Health
Analizar la relación entre trabajo y salud requiere de dos perspectivas principales: la salud laboral que se centra en el estudio de los riesgos laborales (higiene, ergonomía, psicosociales, seguridad) y el efecto que tienen en la salud ocupada. La otra perspectiva, proviene del estudio de las desigualdades sociales en la salud y considera el trabajo como un elemento estructural determinante de las desigualdades sociales que a su vez condicionan las desigualdades en salud. Así pues, tener o no trabajo y las condiciones en que se realiza es un importante determinante social de la salud. La clase social, el género, la edad, la inmigración pobre, la etnia, etc. son ejes de desigualdades sociales con gran impacto en la salud (Benach, Muntaner, Solar, Santana, Quinlan, Emconet; 2010).

Los dos principales estresores relacionados con el trabajo que pueden empeorar la salud mental son las condiciones que se dan en el mismo puesto de trabajo y el paro
[1].

Tanto en lo que se refiere a las consecuencias de quedarse en paro, como por determinadas condiciones de trabajo [2] hay suficiente investigación acumulada que nos puede aportar información sobre las repercusiones que tiene en la salud mental. En el gráfico 1 se puede observar las diferencias de salud mental en función del tipo de contrato laboral o de la inexistencia del mismo.
Gráfico 1
Gráfico 1
3.1 Condiciones de empleo y salud mental.
 
Las condiciones de empleo hacen referencia a las condiciones en las que una persona realiza un trabajo u ocupación. Estas condiciones incluyen el empleo estable o fijo a tiempo completo, el desempleo, el empleo precario, el empleo informal, el trabajo infantil y las situaciones de servidumbre o esclavitud (Benach, Muntaner, Solar, Santana, Quinlan, Emconet; 2010).

Los principales factores de riesgo de los trastornos del estado de ánimo como la depresión se relacionan con la situación laboral de la población. En el Reino de España, las personas de baja laboral por enfermedad, con descanso por maternidad, en situación de paro y las que presentan discapacidad tienen entre 3 y 6 veces más riesgo de caer enfermo que las que tienen un empleo remunerado (Ministerio de Sanidad y Consumo, 2007).

En el gráfico 2 de la Comisión de los determinantes sociales de la OMS podemos observar los factores de riesgo de depresión y como están relacionados de forma muy convincente o muy fuerte con factores como el desempleo, los bajos ingresos, la desigualdad de género o la baja posición socioeconómica.

Gráfico 2 
Gráfico 2
Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) hecho en Alemania, Estados Unidos (EEUU), Finlandia, Polonia y el Reino Unido en el año 2000 [3] causó un fuerte impacto. El informe exponía que uno de cada diez trabajadores padecía depresión, ansiedad, estrés o agotamiento que en algunos casos representaba quedarse en paro u hospitalización. Phyllis Gabriel, especialista en rehabilitación profesional y autora del informe, decía: “Los empleados padecen desánimo, agotamiento, ansiedad, estrés, perdida de ingresos e incluso causan paro, con el agravante en algunos casos, del inevitable estigma asociado a la enfermedad mental. Para los creadores de ocupación, los costos se traducen en baja productividad, disminución de beneficios, altas tasas de rotación de plantilla y mayores costos de selección y formación de personal substituto. Para los gobiernos, los costos incluyen gastos de atención sanitaria, pagos por seguros y mengua de renta a nivel nacional”. 

La situación en este informe era desoladora: en EEUU, la depresión clínica se ha convertido en una de las enfermedades más comunes que afecta cada año a una décima parte de los adultos en edad de trabajar, con el resultado de aproximadamente 200 millones de días de trabajo anuales; en Finlandia, más del 50% de los trabajadores padecen algún tipo de síntomas relacionados con el estrés, como la ansiedad, sentimientos depresivos, dolor físico y trastornos del sueño; el 7% de los trabajadores padecen un agotamiento severo que puede generar actitudes clínicas y una drástica reducción de la capacidad profesional, y los trastornos de la salud mental son la principal causa de pensiones por incapacidad en Finlandia; en Alemania, los trastornos depresivos son los responsables de casi el 7% de las jubilaciones prematuras y la producción perdida por absentismo atribuible a trastornos mentales de salud mental se estimaba en más de 5.000 millones de marcos anuales; en el Reino Unido, casi 3 de cada 10 ocupados padecen problemas de salud mental y muchos estudios indican que son comunes al estrés provocado por el trabajo y las enfermedades que causa; en Polonia el número de personas que reciben asistencia sanitaria mental es creciente fundamentalmente de trastornos depresivos. Tendencia que estaría relacionada con la transformación socioeconómica del país y con el aumento del paro, inseguridad laboral y descenso de los niveles de vida.

El informe ya reconocía que, a pesar de la complejidad de los orígenes de la inestabilidad mental, parece que hay algunos elementos comunes que vinculan la alta incidencia del estrés, el cansancio y la depresión con los cambios que se están produciendo en el mercado de trabajo, debidos en parte a los efectos de la mundialización económica.

El 26 de Octubre del 2005, la OIT en una conferencia destacaba las consecuencias del estrés en los trabajadores y en las empresas. El estrés relacionado con el trabajo representaba uno de los mayores problemas de salud laboral en la Unión Europea. Según esta organización, la mitad de los 150 millones de trabajadores de Europa está siendo expuesta a una presión considerable en el trabajo. La UE estima que el coste del estrés en el puesto de trabajo es de aproximadamente de 20.000 millones de euros anuales.

En la Encuesta Europea sobre condiciones de Trabajo de 1996 ya se exponía que el distrés [4] en el trabajo se ha convertido en un verdadero problema de salud que padece el 28% de la población. Este porcentaje está ligado a la presencia de diferentes estresores, entre ellos, el ritmo de trabajo, con un 54%; la repetición en las tareas, con un 45%; y la monotonía con un 37%.

En el Reino de España, según la V Encuesta Nacional de Condiciones en el Trabajo de 2003, unos tres millones quinientos mil trabajadores estaban sometidos a fuertes ritmos de trabajo y manifestaban que cambiarían el cargo si tuviesen alguna posibilidad. Otro millón de trabajadores consideraba que tiene más capacidades de las que demandaba su puesto de trabajo y más de un millón manifestaba padecer molestias relacionadas con factores psicosociales.

Por lo que respecta a las mujeres trabajadoras en un estudio que se hizo en Barcelona sobre las desigualdades en la salud mental de la población ocupada se halló que la salud mental de las mujeres con ocupaciones menos cualificadas es la peor de todos los grupos de población (Cortés, Artazcoz, Rodriguez-Sanz, Borrell, 2004).

3.2 Paro y salud mental.
 
El paro deteriora la salud, en especial la salud mental
El paro no sólo impide el acceso a los beneficios del trabajo remunerado sino que también deteriora la salud a través de la reducción de los ingresos económicos y la consiguiente dificultad para acceder a bienes saludables; pero también afecta a la salud por la reducción o pérdida de otros beneficios del trabajo remunerado como el estatus social, las relaciones sociales o la autoestima (Cortés, Artazcoz, 2009).

El desempleo puede llegar a ser muy negativo en determinadas circunstancias y, según diversa evidencia empírica, es un factor asociado a efectos negativos en la salud mental (Honkonen et al., 2007), así como también de precipitación de enfermedades mentales, incrementando el riesgo de ingreso psiquiátrico para trabajadores con períodos de paro de más de 6 meses (Lajer, 1982).

Según algunos estudios, estar desempleado triplica la proporción de las psicosis y las fobias, y duplica la ansiedad y la depresión respecto al resto de la población (Meltzer et al., 1995).

Decía un artículo de Fabián Lambeck en Freitag el 19 de Agosto y traducido por la revista digital Sinpermiso el pasado 15 de Octubre de 2010 que, según un estudio de la Confederación sindical alemana, los parados presentan un riesgo de contraer enfermedades más alto que quienes tienen empleo; y aporta el dato relativo a que durante la primera mitad del año 2010 se registraron cerca de un millón de casos de incapacidad laboral entre los empleados. Se habla en este artículo de un “síndrome del desempleo” específico. Y que “depresión, ansiedad, pérdida de esperanza, sentimiento de desamparo hasta llegar a la resignación, así como una disminución de la autoestima”, son los síntomas de una enfermedad apenas tenida en cuenta hasta ahora (Lambeck, 2010).

El “desgaste psíquico” que puede suponer quedarse en paro sin protección social y con cargas familiares no sólo está relacionado con las enfermedades reconocidas por la Psiquiatría, sino también con enfermedades psicosomáticas y toda una serie de padecimientos, con frecuencia difíciles de definir, raramente reconocidos y estudiados, que van desde la fatiga al insomnio pasando por dolores musculares, malestares, ansiedad o insatisfacción.

Según datos del Sistema Nacional de Salud de España basados a su vez en la European Study of the Epidemiology of mental disorders, la tasa de prevalencia para la gente en paro era del 14,7% de padecer cualquier trastorno mental, el doble de una persona que tiene un trabajo remunerado o de un estudiante (Ministerio de Sanidad y Consumo, 2007: 45).


3.3 Las desigualdades en salud.

Los orígenes de buena parte de las desigualdades en salud se encuentran en las desigualdades económicas, sociales y políticas que se dan en nuestra sociedad.

A pesar de la gran influencia del paradigma biomédico en el campo de la salud mental, las evidencias empíricas de la influencia de los factores sociales y económicos en la salud mental son cada vez más apabullantes.


Los informes y estudios de determinadas instituciones de prestigio ponen de manifiesto la importancia de los determinantes sociales de la salud desde hace años. Hace pocos años se creó una comisión dedicada a los determinantes sociales de la salud en el seno de la Organización Mundial de la Salud (WHO, 2007) y se presentó un informe después de tres años de trabajo en el que se constataban las grandes desigualdades sociales que atraviesan el planeta, que “no existen razones biológicas” para que la esperanza de vida varíe hasta más de 40 años de un país a otro o en varias decenas de años en una misma ciudad dependiendo del barrio en el que viva una persona. Por ejemplo, una niña de Lesotho en Sudáfrica vive media vida en comparación con una nacida en Japón (Raventós, S. 2008). También los problemas de salud mental aparecen correlacionados con la precariedad en el empleo (contratos de trabajo temporal, trabajo sin contrato y trabajo a tiempo parcial) y el estrés laboral está relacionado con el 50% de las cardiopatías coronarias.
 
3.4 La clase social importa.
 
Es sabido que las clases sociales producen unas relaciones sociales que implican una apropiación de los recursos políticos, económicos, sociales y culturales por parte de una minoría. Pertenecer a una clase propietaria o desposeída implica estar expuesto o no a factores de riesgo para la salud ya sea por las demandas o exigencias del puesto, el control del trabajo, la capacidad de decisión, etc.

Formar parte de una clase social u otra implica tener mejor o peor salud.

Por ejemplo, según el gráfico 3 de la encuesta de salud de Madrid del 2005, la clase I-II que equivale a la de propietarios de empresas presentaría una salud mental bastante mejor que la clase X formada por gente sin contrato, jubilados, amas de casa e inmigrantes sin papeles.

Nótese también que la salud mental de las mujeres es peor significativamente en todas las clases. La salud de las mujeres trabajadoras es siempre peor que la de los hombres excepto en las lesiones por accidentes de trabajo.
Gráfico 3
Frecuencia de mala salud mental medida por el GHQ-12 según clase social estandarizada por edad.
Fuente: encuesta de salud de Madrid, 2005

Inseguridad laboral, falta de ingresos, condiciones de empleo precarias, alienación y desigualdad social son en buena parte el hilo conductor que encontramos en la mayoría de los ejemplos que hemos visto más arriba cuando hablamos de distrés (estrés negativo) y enfermedad mental.

Pero para entender el vínculo entre los aspectos estructurales como pueden ser las políticas económicas, el mercado laboral, pertenecer a una clase social y la salud mental de las personas hay que entender los llamados factores psicosociales.

Portada del libro.

Hay tres modelos[5] que han analizado el ambiente psicosocial del trabajo para explicar las desigualdades sociales. El primero es el llamado de exigencia-control de Karasek que está fundamentado en el equilibrio entre la exigencia y un bajo control sobre el propio trabajo. El segundo modelo es el desequilibrio entre el esfuerzo y la recompensa de Siegrist y Thorell basado en la noción de reciprocidad social y considera que los esfuerzos en el trabajo que no se recompensan adecuadamente ya sea con dinero, con promoción profesional, tareas, etc. provocan tensión laboral y estrés.

El tercero y más reciente modelo es el de justicia organizativa que se ocupa del trato justo en el trabajo y se refiere al grado de consideración que los jefes tienen con los trabajadores y adoptan medidas con sus empleados de forma justa y confiable (Benach, Muntaner, Solar, Santana, Quinlan, Emconet; 2010).

Los tres modelos están asociados al estrés laboral y a la salud.

3.5 La etiología social del estrés.
 
Disponemos de diversa evidencia sobre como los seres humanos somos profundamente sensibles a los agentes estresantes como pueden ser las diferencias de poder, la jerarquía y la posición social. El hecho de ocupar una posición baja en la jerarquía social es una enorme fuente de estrés, “sentirse inferior” como resultado de ocupar un lugar poco reconocido o marginal puede activar respuestas biológicas que, a medio o largo plazo pueden incrementar la vulnerabilidad de las personas a diferentes enfermedades o trastornos, como han puesto de manifiesto algunos estudios (Fundació Caixa Catalunya, 2009).

¿Qué es un agente estresante? Podemos decir que es cualquier suceso de nuestro entorno que rompa el equilibrio del cuerpo u homeostasis. La respuesta de estrés es el intento por parte del organismo de restablecer este equilibrio. El estrés pues es una respuesta natural y necesaria para la supervivencia. Cuando esta respuesta natural se da en exceso se produce una sobrecarga de tensión que repercute en el organismo y provoca la aparición de enfermedades y anomalías patológicas.

Los problemas los tenemos por el hecho de que, como seres sofisticados cognitivamente, somos capaces de generar hormonas (glucocorticoides) a causa del estrés psicológico y social continuado. La subordinación social permanente e involuntaria equivale a sentirse estresado de forma crónica, lo cual genera una respuesta de estrés hiperactiva y que a la vez daría lugar a más enfermedades asociadas al estrés. Cuando se pasa de un estado agudo (ansiedad) a un estado de alarma continua y se convierte en crónico y habitual, pueden producirse procesos de enfermedad más graves como la depresión, nos recuerda Robert M. Sapolsky, uno de los mayores expertos en la investigación sobre el estrés[6] (Sapolsky, 2008).

Algunos de estos agentes estresantes psicológicos y sociales son derivados de las mismas desigualdades sociales. El estar en una posición de vulnerabilidad por la dependencia económica o la codicia de otros, o inseguro por el futuro debido a una contratación precaria, son factores importantes de estrés y por ello con posibles problemáticas de salud mental. 

Notas:

[1] Ver las diferentes repercusiones en la salud física y mental de tener empleos precarios y estar en paro en Dooley et al. (1996).

[2] Hay bastante investigación para saber que la ocupación flexible puede tener efectos adversos sobre la salud de los trabajadores. Ver Benavides F. G. i Delclos G.L (2005)

[3] Ver http://www.ilo.org/global/about-the-ilo/press-and-media-centre/press-releases/WCMS_007910/lang–en/index.htm Hay que recordar que el informe es de años antes de la actual crisis económica mundial.

[4] El distrés es el estrés negativo. El eustrés en cambio es el estrés positivo. El estrés es una respuesta inespecífica frente a un estímulo específico.

[5] Abundante y excelente información se encuentra en el reciente libro de Benach J., Muntaner C., Solar O., Santana V., Quinlan M., (2010): Empleo, trabajo y desigualdades en salud: una visión global. Barcelona: Icaria. Es un trabajo exhaustivo y recopilatorio de diversos estudios de lo que representa el mundo del trabajo con todas las variantes y tipologías y como afecta a la salud. Fue realizado por una comisión de los determinantes de la salud de la OMS, coordinada por Joan Benach y Carles Muntaner, del que posteriormente se hizo este libro.

[6] El libro de Sapolsky ¿Por qué las cebras no tienen úlcera? es un tratado sobre el estrés con la virtud de juntar los conocimientos de la Biología y la primatología con otros campos como la Epidemiología, la Psicología, la Sociología, etc.
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Fuente: https://dempeusperlasalut.wordpress.com/2012/02/20/crisis-salud-mental-y-renta-basica-3-que-grupos-sociales-presentan-peores-indicadores-de-salud/

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