viernes, 19 de diciembre de 2014

CONFIGURACIÓN Y CRISIS DEL MITO DEL TRABAJO (y II)

19 de diciembre de 2014.



José Manuel Naredo. 
Universidad Politécnica de Madrid.

El nacimiento de la razón productivista del trabajo

Podrían resumirse de la siguiente manera las líneas maestras del contexto que hizo prosperar la razón productivista del trabajo. En primer lugar, se tuvo que extender entre la población un afán continuo e indefinido de acumular riquezas, a la vez se levantaba el veto moral que antes pesaba sobre el mismo. En segundo lugar, hubo de observarse un desplazamiento en la propia noción de riqueza, que posibilitara tal acumulación. En tercer lugar hizo falta que el hombre se creyera capaz de producir riquezas. Y, por último, que se postulara que el trabajo era el instrumento básico de esa producciónde riquezas. Pasemos revista al cumplimiento de estos requisitos antes inexistentes.

La extensión del afán de acumular riquezas hay que integrarlo en el desplazamiento general de ideas que se observó tras el Renacimiento, que no es cosa de detallar aquí. Valga decir que con él se divulgó, en una atmósfera de optimismo, la búsqueda de libertad y de placer, a la vez que se debilitaban las barreras de clase, anteriormente consideradas infranqueables. La voluntad de satisfacer los apetitos más voraces de poder y de dinero, antes proscritos, empezó a considerarse como algo normal, e incluso saludable. Este giro en la forma de ver la cosas culminó con La fábula de las abejas, de Mandeville (1729), cuyo subtítulo asocia los "vicios privados al bien público". La fe en la existencia de mecanismos automáticos que, por obra y gracia del mercado, reorientaban el egoísmo individual en beneficio de la colectividad, se plasmó en la famosa "mano invisible" de Adam Smith. La confianza en el mercado como panacea vino a sustituir a la que anteriormente se depositaba en la Divina Providencia: ambas prometían llevar a los hombres por el buen camino siempre que respetaran sus reglas. Y, dando por sentado que todos los individuos reaccionaban como mercaderes, al estar espoleados "desde la cuna hasta la tumba" por el deseo de hacer fortuna, Smith concluyó que podía considerarse a la sociedad en su conjunto como "una sociedad mercantil".

En lo que concierne al desplazamiento en la noción de riqueza, hay que tener bien presente que en las sociedades precapitalistas predominaba una visión diversificada de la misma que, al otorgar un claro predominio a los bienes raíces, limitaba la posibilidad de que la meta de acumular riqueza se extendiera al conjunto de la población. Para que esto fuera viable hizo falta que se cambiara la propia noción de riqueza, recortándose la importancia que en ella tenían los bienes raíces, antes ligados al poder sobre los hombres, a la vez que se daba más importancia a la riqueza mobiliaria y a los valores pecuniarios. Esto se produjo, como señala Louis Dumont (1977), cuando, con la crisis del feudalismo, "al romperse el vínculo entre la riqueza inmobiliaria y el poder, la riqueza mobiliaria devino plenamente autónoma, no sólo en si misma, sino como forma superior de la riqueza en general (...); en suma, se vio emerger una categoría autónoma y relativamente independiente de la riqueza. Solamente a partir de aquí pudo hacerse una distinción clara entre lo que llamamos 'político' y aquello que denominamos 'económico'. Distinción que no conocían las sociedades tradicionales". Fue, por lo tanto, al considerar la riqueza expresable en dinero, como se posibilitó que se generalizara entre los individuos el afán de acumularla.

Originariamente no se pensaba que el hombre fuera capaz de producir nada: se creía que sólo Dios era capaz de hacerlo, sacando algo de la nada, por lo que las riquezas se consideraban fruto de un maridaje entre el Cielo y la Tierra. Aristóteles recogía este punto de vista en su De animalibus, cuando sostiene que "la Tierra concibe por el Sol y de él queda preñada, dando a luz todos los años". Se pensaba que los hombres podían, todo lo más, propiciar este maridaje dando al trabajo un sentido ritual y una apreciación cualitativamente diferente según tareas y actividades, hoy inexistente. Pero no se consideraba realista pensar que los hombres pudieran acrecentar de modo significativo y duradero los rendimientos de la Madre-Tierra. Viéndose, así, el juego económico del intercambio, los precios y el dinero como un juego de suma cero en el que las ganancias de unos eran realizadas a costa de los otros. Y de ahí que, al ocupar la distribución un lugar central en este proceso de adquisición de riqueza, la reflexión estuviera íntimamente ligada a la moral y tuviera plena cabida en los manuales de confesores, que incorporaban sendos tratados el tema, como ejemplificó la importante Summa de tratos y contratos, que compuso Fray Tomás de Mercado en 1571.

Sin embargo, el afán originario de colaborar con la naturaleza (y de imitar su obra) se fue desacralizando con el advenimiento de la economía y de la moderna ciencia experimental y desplazando hacia el empeño de sustituirla por mecanismos o procesos artificialmente diseñados al efecto. A la par que la idea originaria del Cielo como principio activo fecundante de la Tierra-Madre, dio entrada a otro ingrediente igualmente activo y masculino, el Trabajo, más en línea con la creencia en las posibilidades ilimitadas del homo faber sobre la que se apoyaba el nuevo antropocentrismo que sustituyó al antiguo de orden religioso. En los albores de la ciencia económica William Petty formuló como base de ésta la "ecuación natural" según la cual "la Tierra era la madre y el Trabajo el padre de la riqueza".

Con Smith, Ricardo,...y Marx, el Padre-Trabajo pasó de colaborar en las actividades productivas de la Madre-Tierra, a erigirse en el principal factor de producción de riqueza e incluso el único, en la medida en la que se supuso que la Tierra misma era sustituible por el Trabajo. La consolidación de una categoría unificada de Trabajo se operó junto con las de Producción y de Riqueza, a base de considerarlas todas ellas expresables en unidades pecuniarias homogéneas. Lo cual facilitó envolturas científicas a la mencionada razón productivista del trabajo, que se extendió por todos los confines con la ayuda tanto del capitalismo como del socialismo de corte marxista. Resulta significativa, a este respecto, la frase con la que Smith inicia ese tratado fundacional de la economía que fué su (Investigación sobre la naturaleza y causas de la) Riqueza de las Naciones (1776): "el trabajo anual de cada nación es el fondo que la surte originalmente de todas las cosas necesarias y útiles para la vida que se consumen anualmente en ella".

La obra de Marx reforzó de modo significativo la evolución de las ideas que acabamos de describir. En efecto, por una parte, Marx consideró esa noción unificada de trabajo como una categoría universal, como una invariante de la naturaleza humana aplicable a cualquier tipo de sociedad, contribuyendo así a su generalización con pretensiones antropológicas más amplias de las que imaginaron los padres de la "economía política". Por otra, llevó hasta el final el desequilibrio que produjeron los economistas clásicos en la "ecuación natural" de Petty, al relegar a la Madre-Tierra al papel de mero objeto pasivo y dominado que se ofrece sin contrapartida a las veleidades depredadoras y supuestamente productivas del padre Trabajo, suscribiendo así la teoría del valor-trabajo. De esta manera, pese a las matizaciones introducidas sobre el tema de la "alienación", el marxismo fue de hecho una especie de caballo de Troya, que introdujo entre las filas de los oprimidos el evangelio del progreso, basado en el respeto beato e indiscriminado de la ciencia, la técnica, la producción y el trabajo, que ha venido preconizando la civilización industrial. Y muy particularmente contribuyó a divulgar, con envolturas de ciencia liberadora, las categorías básicas del pensamiento económico acuñadas por la "economía política"10. También interesa resaltar el cambio de actitud frente a las innovaciones ahorradoras de trabajo entre la antigüedad y la modernidad que inaugura la obra de Smith antes citada. Para ello propondremos primero unos versos en los que Antipater de Tesalónica, contemporáneo de Cicerón, cantaba a los nuevos molinos de agua, que sustituían los trabajos de molienda (generalmente realizados al alba por mujeres armadas de mazos de madera y cuencos o “molinos” de piedra): "Dejad de moler ¡oh! vosotras, mujeres que os esforzáis en el molino; dormid hasta más tarde, aunque los cantos de los gallos anuncien el alba. Pues Demeter ordenó a las ninfas que hagan la tarea de vuestras manos y ellas, saltando a lo alto de la rueda, hacen girar su eje, que con sus rayos mueve las pesadas y cóncavas muelas de Nisiria. Gustemos nuevamente de la vida primitiva aprendiendo a regalarnos con los productos de Demeter sin esfuerzo" 11. Bien distinta es ya la actitud de Adam Smith frente a las ventajas que supone la división del trabajo, que ilustra con el ejemplo de la fábrica de alfileres: no se congratula del enorme ahorro de trabajo que permitiría esta división de tareas para obtener una misma cantidad de alfileres, sino del "considerable aumento que un mismo número de manos puede producir en la cantidad de obra" (A. Smith). Lo que apunta el devenir de los acontecimientos que nos ha llevado a la presente situación: los inventos ahorradores de trabajo, en vez de aprovecharse para liberar a las personas de tareas penosas y reducir el calendario laboral a la mínima expresión, han servido para acentuar la dicotomía entre trabajo y paro.


Notas
(10) Naredo, J.M. 1996, cap. 12 Las elaboraciones del marxismo.
(11) Mumford, 1935.

 
© Copyright José Manuel Naredo, 2002
© Copyright Scripta Nova, 2002

Ficha bibliográfica:

NAREDO, J.M. Configuración y crisis del mito del trabajo. Scripta Nova, Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, vol. VI, nº 119 (2), 2002. [ISSN: 1138-9788]  http://www.ub.es/geocrit/sn/sn119-2.htm

Fuente: http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn119-2.htm

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